Piensen por un momento en todos los quehaceres cotidianos
que realizan sin apenas prestar atención: caminar, conducir, darse una ducha…
Guiados por un piloto automático, nos dejamos llevar, pues sabemos que el
resultado de estas acciones suele ser bueno. ¿Alguien se ha preguntado quién
demonios toma las riendas de estas acciones tan poco premeditadas?
Quien me lo explicó a la perfección fue Gerd Gigerenzer.
Este gran neurocientífico alemán me dejó claro que, aunque no seamos
conscientes de ello, el cerebro no deja de inferir la realidad. Se la pasa
haciendo conjeturas. Realiza cálculos en todo momento a partir de la
información que le entra por los sentidos, y nos ahorra el trabajo de razonar
cuanto hacemos. De no ser por ese cerebro inconsciente, deberíamos pensarlo
todo y no haríamos nada.
Pero nuestra máquina de pensar entraña algo aún más
fascinante: decide por nosotros. Y lo hace bastante bien. Gigerenzer ha
constatado que suelen ser más acertadas las decisiones intuitivas que aquellas
muy razonadas, cuyos pros y contras hemos balanceado con esmero. «Eduardo –me
dijo–, no te engañes, tomamos mejores decisiones si tenemos en cuenta un buen
argumento que si contemplamos diez no tan buenos».
Aportado
por EVA ECHENIQUE
No hay comentarios:
Publicar un comentario